12 de marzo de 2012

Las vivencias de una noche en Lisboa

El fin de semana apenas comenzaba y nos encontrabamos en una aventura que de la que cada minuto era oro. Luego de haber cenado y recorrido un poco el área de Belém decidimos buscar un supermercado cercano para comprar comida para los almuerzos. La dueña del piso donde nos estabamos quedando nos dijo que al final de la calle del apartamento había un supermercado. No se por que pero en Europa la gente no sabe dar direcciones. Peor aún las calles no están bien rotuladas. Nos tardamos bastante tiempo buscando el supermercado. Después de haberle preguntado a tres diferentes personas dimos con el lugar pero la zona era tan oscura y desolada que nos causaba un poco de miedo.
Más tarde considerando que la estadía en Lisboa era corta decidimos ir al centro de la ciudad para ver la vida nocturna y tomarnos unos tragos. Tomamos el tranvía hasta la parada principal de la ciudad y de ahí caminamos por diferentes calles hasta comenzar a ver las barras con un poco de ambiente.
Como toda vida nocturna europea llegamos muy temprano porque la gente comienza aparecer a los lugares después de la 1:00 de la mañana. En el primer lugar donde fuimos había música en vivo y compramos un mojito gigante. Nos sentamos en la calle a contemplar a los transeúntes entre trago y trago. En una esquina había un grupo de amigos todos calvos, en un banco se sentaban varios amigos para luego con tanto peso caer todos al suelo. También una pareja muy guapa platicaba cerca del lugar.
Después de ver a unos hombres medios sospechosos y me refiero a que al parecer ofrecían drogas al que pasaba cerca de ellos, decidimos irnos a un bar más tranquilo. Ubicado en la esquina de una de las calles, nos llamó la atención los vitrales y la tranquilidad que se veía desde afuera. El único problema, las personas podían fumar. Nos sentamos a platicar entre sangría, cerveza portuguesa y una simple picadera. El hambre nos visitó y ordenamos unas tostadas de bacon y queso de oveja que sabían deliciosas.
Nos mantuvimos observando el reloj, el último tranvía salía del centro hasta a la una de la mañana. Al llegar a la parada había unas 50 personas, sin cortesía alguna se pasaban frente los que llevaban más tiempo esperando. Al llegar el próximo tranvía como sardinas en lata entramos junto al gentío. ¡Que experiencia!
Entre bostezos nos cambiamos a nuestras pijamas y pusimos la alarma para nuestra aventura del día siguiente.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario